La comunidad es una práctica espiritual central en la vida de Jesús y sus discípulos. No es un accesorio, sino una parte esencial del camino cristiano. Jesús vivió rodeado de amigos, compartió su vida en mesas, caminos y en momentos de oración. A través de la comunidad, somos formados, sanados y enviados.
La comunidad es una forma de ser familia, compartir alegrías y dolores, confesar nuestras luchas, y perseverar juntos. Reunirnos alrededor de una mesa, hablar con honestidad, y acompañarnos en lo bueno y lo difícil son medios para experimentar el amor de Dios.
Practicar la comunidad intencionalmente transforma nuestras relaciones. A través de la escucha, el perdón, la vulnerabilidad y el compromiso. El Espíritu Santo nos guía a vivir en comunidad no como consumidores, sino como hermanos y hermanas, llamados a construir vínculos duraderos en un mundo marcado por el individualismo.
El camino de la comunidad puede vivirse así:
- Estar comprometidos de verdad
Vivir en comunidad es estar ahí para los demás en lo bueno y en lo difícil, como una familia. - Ser vulnerable
En una buena comunidad puedes hablar con el corazón, sin tener que fi ngir. Puedes contar tus luchas, dudas y errores sin miedo a ser juzgado. - Compartir tiempo y hábitos
No es solo verse en la iglesia. Es compartir momentos como orar juntos, comer juntos, descansar, ayudarse. - Ayudarnos a crecer
Nos animamos cuando uno está débil y también nos corregimos con cariño cuando alguien se está alejando. Nos cuidamos mutuamente. - Amar con acciones
Vivir en comunidad es practicar el amor todos los días: perdonar, escuchar, ayudar, compartir. El amor se demuestra con hechos. - Crecer espiritualmente juntos
No crecemos solos. Cuando oramos, leemos la Biblia o servimos junto a otros, Dios usa eso para transformarnos. - Dejar que Dios se mueva
Cuando estamos reunidos con otros que aman a Jesús, el Espíritu Santo trabaja en medio de nosotros. Dios se hace presente de una forma especial.